
No todas las revoluciones suenan a explosión. Algunas se cocinan en silencio, entre despachos con luz tenue, análisis de vídeo y llamadas a medianoche. A veces, el cambio no llega con fuegos artificiales, sino con planificación, fe, y una mirada hacia el futuro que no reniega del pasado. Así se ha movido el Atlético de Madrid este verano. No con estridencias, pero sí con intención. No con promesas vacías, sino con decisiones valientes.
Porque tras una temporada 2024–25 de luces y sombras —competitiva en Europa, irregular en Liga, sin títulos pero con dignidad—, el club ha entendido que había que dar un paso al frente. Que no bastaba con resistir. Había que construir , ya para construir, hay que decidir.
En el Metropolitano saben muy bien lo que quieren, ya lo dijo el Cholo en una entrevista en DAZN con Pablo Pinto, se anhela conquistar la Liga de Campeones después de haberla acariciado y merecido tanto en Lisboa (2014) como en Milán (2016), pero la diosa fortuna se alió con el Real Madrid en ambas oportunidades y cayeron la décima y la undécima en Chamartín.
Este Atlético ha optado por renovar sin romper, por arriesgar sin traicionar su esencia, por dar espacio al talento emergente sin cerrar la puerta a los pilares del vestuario. Con Diego Simeone de nuevo al mando, el club se ha embarcado en una reconstrucción ambiciosa, rejuvenecida, y sobre todo, cargada de propósito.
Simeone sigue siendo el ancla emocional del equipo, pero no quiere ser un ancla táctica. Lo ha dejado claro: este Atlético debe correr, presionar, atreverse a jugar, sin perder el equilibrio ni la garra. Y para eso, hacía falta sangre nueva.
El primero en llegar fue Álex Baena, una apuesta con nombre propio. El Villarreal no quería dejarlo marchar, pero el Atlético lo tenía claro: si quieres jugar entre líneas, dominar los ritmos y tener a alguien que piense a 120 pulsaciones, necesitas a alguien como Baena. 23 años, andaluz, fino como los viejos diez pero moderno como los nuevos ochos. Un futbolista que escucha, que trabaja y que ve el fútbol en vertical.
Poco después aterrizó en el Metropolitano un pulmón vestido de verde y oro: Johnny Cardoso, el estadounidense del Betis, nacido en Nueva Jersey pero criado en el rigor táctico del fútbol brasileño. Un todoterreno silencioso. De esos que no necesitan el foco para ser indispensables. Aporta equilibrio, ida y vuelta, y una presencia física que el medio del campo pedía a gritos tras la salida de Koke y los altibajos de Saúl.
Y como toda historia rojiblanca necesita un punto de locura controlada, llegó Thiago Almada. Campeón del mundo con Argentina en 2022, llega desde Botafogo tras brillar en la MLS. Driblador, imprevisible, zurdo y creativo. Aún le falta pausa, pero tiene eso que no se entrena: la capacidad de romper defensas dormidas. Puede jugar de extremo, de enganche o como segundo punta. Y lo más importante: tiene hambre.
El equipo necesitaba oxígeno en los laterales. Y ahí entró en escena Matteo Ruggeri, una de las joyas de la Atalanta. Lateral zurdo de 22 años, potente, competitivo, con una zurda que no sólo defiende. Jugará en una zona que ha pasado de ser dolor de cabeza a opción táctica real, compartiendo rol con Reinildo o Lino.
En la derecha, el elegido ha sido Marc Pubill, de solo 21 años, formado en el Espanyol y consolidado en el Almería. Otro perfil físico, veloz, y con una mentalidad ganadora que ha llamado la atención incluso de la selección Sub‑21. El Atleti busca con él algo más que un lateral: busca profundidad, futuro y personalidad.
Y para el eje de la defensa, se confirmó la permanencia de Clément Lenglet, cuya experiencia y serenidad han convencido al cuerpo técnico. Sin estridencias, el francés aporta equilibrio, salida de balón y oficio. Su continuidad permite alternar esquemas con tres o cuatro defensas.
Como toda transformación, esta también ha traído despedidas. Algunas dolorosas, otras necesarias. Pero todas respetuosas.
• Rodrigo De Paul, tras años de altibajos y momentos brillantes, emprende rumbo a la MLS.
• Ángel Correa, eterno revulsivo, ídolo silencioso, se marcha a Tigres dejando una huella emocional difícil de igualar.
• Saúl Ñíguez, que dio todo incluso cuando ya no tenía más, buscará renacer en el Sevilla.
• Rodrigo Riquelme, cedido una y otra vez, encuentra por fin estabilidad en el Betis.

Otros, como Lemar, Lino han decidido empezar nuevas aventuras lejos de la capital española, en el caso del centrocampista francés tras ser una estrella que solo brilló en la Supercopa de Europa de Tallin frente al Real Madrid en 2018 y en el caso del delantero brasileño después de no haber sido capaz de convencer al mister y salir traspasado al Flamengo, mientras que Lemar buscará un año de transición a préstamo en el Girona.
Este verano, el Atlético ha hecho algo más que fichar. Ha recuperado el hilo conductor de su identidad. Ha entendido que competir no es resistir siempre, sino atreverse a cambiar cuando el alma lo pide.
Y hoy, esa alma rojiblanca late con más fuerza que nunca.
Porque hay un nuevo Atleti. Con las botas sucias, sí. Con la camiseta empapada. Con jugadores que no han nacido aquí, pero ya sienten como si lo hubieran hecho. Con un proyecto que no busca titulares, sino victorias. Y con un grupo que no promete milagros, pero sí una cosa:

Lo van a pelear todo. Hasta el último minuto, como siempre, sabiendo que su principal objetivo de llevarse esa Liga de Campeones que se esfumó entre los dedos hace ya casi una década y que obsesiona a sus fans, más aún tras el polémico doble toque de Julián Álvarez en la tanda de penaltis ante el Real Madrid en los octavos de final.
El club no ha puesto cifras, pero el mensaje es claro:
• Luchar por LaLiga, sin excusas
• Regresar a las semifinales de Champions, como en los grandes tiempos.
• Levantar un título nacional, porque este club vive del esfuerzo, pero también del premio, ese que n se alcanza desde 2013 en el Bernabéu ante el mejor club del siglo XX con aquel glorioso remate de cabeza de Miranda.